En medio de un ambiente de dolor y determinación, el pastor Kerwin Manning de la Iglesia de Pasadena habló desde el corazón. Recordó cómo, apenas una semana antes del incendio, el mundo había puesto sus ojos en el esplendor del Desfile de las Rosas y el Rose Bowl. Poco después, esa misma atención se dirigió al horror de la destrucción, una escena que describió como un verdadero campo de batalla.
Los asistentes, reunidos en solidaridad, se unieron para exigir una recuperación que no deje a nadie atrás. Hablaron de la necesidad de garantizar que todos los afectados puedan acceder a la ayuda necesaria, sin importar su idioma o estatus migratorio. Exigieron la protección de los hogares de inquilinos y propietarios, la prevención del desplazamiento de negocios locales y la implementación de medidas que aseguren que nadie sea víctima de despojo o estafas en un momento de tanta vulnerabilidad.
Entre las voces que resonaron estuvo la de Rosa Salas, una maestra cuya escuela fue consumida por las llamas. Su testimonio fue un recordatorio de las décadas de trabajo duro y sueños de familias como la suya, que llegaron hace generaciones a construir un futuro mejor en Altadena. También habló Donald Kincey, quien con lágrimas en los ojos relató cómo lo perdió todo en el incendio: su hogar, el de su madre, el de su hermana y su negocio. Pero, a pesar de la pérdida, Donald afirmó con firmeza su compromiso de luchar, quedarse y resistir ante cualquier adversidad.
El mensaje del día era claro. Altadena, conocida cariñosamente como “Dena”, no se rinde. Su comunidad, unida por la diversidad y la fortaleza, se prepara para enfrentar los desafíos del presente con la esperanza de construir un futuro justo, sostenible y lleno de promesas para todos.